jueves, 6 de agosto de 2009

Ni liberales ni socialistas por Antonio Cafiero



El mundo moderno ha entrado en la era del desarme ideológico, si por ello debemos entender el fin de la vigencia de sistemas cerrados y dogmáticos de pensamiento, verdaderas religiones seculares, donde el componente mesiánico y fanático es capaz de alentar grandes tragedias humanas. No se trata por cierto de que hayan desaparecido lo que Umberto Eco llama las "visiones del mundo, las perspectivas sobre las cosas que, cuando se es consciente de la propia parcialidad y se la declara, pueden convertirse en útiles instrumentos para la acción política". Hemos ingresado en una época que admite la convergencia práctica de sistemas, en la que la realidad es una mezcla de matices, algunos derivados de antiguas concepciones ideológicas antagónicas pero que son el resultado de la historia. De hecho, hoy se aprecia la creciente combinación de demandas políticas divergentes, la organización descentralizada del poder, la coexistencia de economías mixtas con el pluralismo político. Un análisis atento de las características de los países más desarrollados nos brinda un panorama de políticas públicas en el que conceptos propios del Estado de Bienestar se combinan con la dinámica de los mercados. Estas realidades no significan desmerecer las visiones políticas generales o los ideales humanos y éticos y menos aún aceptar una suerte de "fetichismo del empirismo" que debilite o vuelva irrelevante cualquier capacidad de trascender creativamente las situaciones de hecho para quedar atrapado en el "statu quo". Sin embargo, desaparecida la ideología comunista, el espacio dogmático y mesiánico ha sido ocupado por algunas sectas liberales que se sienten depositarias del "fin de la historia". Otros liberales, en cambio, prefieren hablar de posliberalismo y sostienen, siguiendo a Popper, que todos los dogmas, inclusive el liberal, son conjeturas abiertas a futuras refutaciones. Vargas Llosa, dentro de esta segunda visión, previene contra las tentaciones dogmáticas: hablar de liberalismo en los noventa "es exactamente lo mismo que en los cincuenta hablar de compromiso, en los sesenta de alienación, en los setenta de estructura y en los ochenta de "perestroika". La visión vernácula de aquel mesianismo se expresa entre nosotros en un relato demoníaco del pasado. Para ella existe una sola y única causa y un responsable de todos los males argentinos: "El régimen estatista-inflacionario implantado por Perón". Y a la hora de explicar la falta de representatividad política y los permanentes fracasos electorales de la especie, se fantasea con que en realidad la gente, sin saberlo, vota en un ochenta o noventa por ciento por tales ideas, que habrían capturado al peronismo, al gobierno, y a diversos partidos nacionales. El restante diez o veinte por ciento sería una porción del electorado básicamente socialista, atrapado por su irracionalidad populista o por su irredimible anacronismo. Es propio del fundamentalismo mesiánico desvincular los contenidos ideológicos del tiempo y del espacio en los que tienen lugar. Hablar de la Argentina o del mundo de los años cuarenta o cincuenta y juzgarlos con la realidad de hoy es un ejercicio artificioso. La secta liberal nacida en Mont Pellerin en 1947 no tuvo ninguna influencia práctica y el libro de Hayck fue apenas conocido. El espíritu y el pensamiento de la época estaban ganados por las teorías del Estado de Bienestar, y gracias a las políticas económicas keynesianas, aceptadas y aplicadas en todo el mundo, el capitalismo pudo derrotar la crisis de posguerra e inaugurar una etapa ininterrumpida de crecimiento y de desarrollo social que se prolongó hasta mediados de la década del sesenta. También es propio del dogmatismo sacralizar los instrumentos y transformarlos en verdades universales. Por ejemplo, la economía libre de mercado, sin duda el mejor y más eficiente sistema para asignar recursos, pero al mismo tiempo reputadamente insuficiente para distribuir equitativamente los ingresos, atender las demandas sociales o asumir un horizonte económico temporal de mediano o largo plazo. El relato de la historia que nos ofrecen algunos hombres de convicciones sectarias encubre sus responsabilidades concretas en la decadencia nacional de las últimas décadas y que sé patentiza más nítidamente a partir de 1976. Hoy, gracias al peronismo, pueden disfrutar de posiciones de poder a influencia que no guardan relación con el prestigio que individual o colectivamente Alvaro Alsogaray, "El liberalismo argentino", La Nación, 18 de octubre de 1991 les confiere la opinión pública. Y antes de un acto de honradez intelectual y de generosidad nacional prefieren desnudar la esencia maniqueísta de sus pensamientos y atacar al fundador del movimiento que demostró que era posible transformar la nación según las coordenadas y las exigencias de dos momentos históricos fundamentales: el de la posguerra y el de nuestro presente. En momentos cruciales de nuestro pasado, cuando los neoliberales se mostraron incapaces de interpretar la realidad, el peronismo construyó grandes síntesis de pensamiento y tuvo la capacidad decisoria para dar respuesta a graves problemáticas nacionales. La actual reforma del Estado y la desregulación de la economía se imponen por la lógica de la crisis y no se deducen de ningún pensamiento ideológico mesiánico. La política económica apela a instrumentos fundados en su consistencia técnica y en el conocimiento real del país y no se deriva de verdades universales, excluidas del tiempo y del espacio. Pretender poner un sello de propiedad al proceso en marcha es de hecho intentar congelarlo y querer imponerle un final preestablecido. No se puede cristalizar en un dogma un proceso abierto, que no precisa tutelajes, en el que están implícitos un gran desafío de pensamiento y una posibilidad múltiple de modelos de futuro. Por lo demás, en la definición del perfil de país que preanuncian las transformaciones en marcha, no vamos a ignorar la tradición humanista de justicia y solidaridad social y el sentimiento de comunidad que el peronismo seguirá expresando en la política nacional.

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